CAPÍTULO 2: 
EDUCACIÓN SECUNDARIA

FUTUROS PERDIDOS

Chicas somalíes comparten una broma en clase en la escuela secundaria Ifo, en el campamento de Dadaab, Kenia, hogar de más de 200.000 refugiados. Desde 2016, un total de 572 alumnos han accedido a la educación superior, lo que representa solamente el 13% de los candidatos aptos. © ACNUR/VANIA TURNER

A medida que pasan los años, las probabilidades de que un menor refugiado avance al siguiente grado decaen severamente. La caída constante en las inscripciones es cierta en la escuela primaria, pero su efecto es especialmente notorio en la transición a secundaria. Mientras cerca de dos terceras partes de los menores refugiados se inscriben en la educación primaria, menos de un cuarto de los adolescentes refugiados logran pasar a secundaria. Compárese esto con el 84% de media global y quedará claro al momento que los refugiados adolescentes están en clara desventaja a la hora de dar el siguiente paso en su viaje educativo.

Dado que la escuela secundaria es la puerta de acceso a la educación posterior y a las oportunidades de trabajo, esto significa un duro golpe para el sueño de un joven refugiado de tener un futuro brillante. Los avances en esta área son dolorosamente lentos: las inscripciones para refugiados aumentaron solamente en un punto porcentual en 2018, hasta el 24%. A pesar de ello, modesto como puede parecer, este aumento representa decenas de miles de nuevas plazas para refugiados en las aulas. Cada pequeño esfuerzo de los gobiernos de acogida, donantes, ACNUR y sus socios puede transformar la vida de un menor.

Competencia en las solicitudes, decisiones más complejas

Una gran parte del problema es la simple ausencia de escuelas secundarias en muchas áreas de acogida de refugiados, lo que hace que, en la práctica, la transición desde la primaria sea imposible. Allá donde hay escuelas, acceder a ellas puede ser ya un desafío para la juventud local en los países en desarrollo, por lo que la suma de cientos o miles de nuevas llegadas hará más intensa la competencia por un sitio en la clase.

La escasez de infraestructura física es evidente en el campo de refugiados de Kakuma, al norte de Kenia, que vio una de las caídas más pronunciadas en inscripciones escolares en secundaria –un fenómeno que afecta a menores de la comunidad de acogida, así como a refugiados. La cifra de 76% en inscripciones en primaria de Kakuma se desploma al 24% en secundaria. La causa es obvia: solamente hay siete escuelas secundarias en la región, frente a 26 primarias. Incluso quienes superan los exámenes de primaria con brillantez pueden encontrarse con que llegaron al final de sus carreras escolares. El peor caso es Bangladesh, donde menos del 1% de la juventud refugiada tiene acceso a una educación secundaria en regla. El resto –incluida la mayoría de los que abandonaron sus hogares desde agosto de 2017– debe salir adelante con acceso limitado a una educación informal que no tiene forma de ser acreditada.

Las causas de esta escasez son muchas, pero en el fondo del problema está el simple hecho de que la educación secundaria es más cara que la primaria. Los temarios en nivel secundario son más avanzados, y algunos contenidos requieren de instalaciones y materiales de aprendizaje significativamente mejores. De la misma forma que un maestro adecuado con las herramientas adecuadas puede hacer que un chico mantenga su optimismo y entusiasmo en su jornada escolar, una enseñanza y supervisión incompletas pueden ser altamente frustrantes, lo que, aunado a otras tantas presiones propias de su edad, lleva a altas cifras de deserción.

Dalal Assah, refugiada siria de 18 años, se graduó con las mejores calificaciones de su clase en la escuela secundaria del campamento de Za’atari, en Jordania. Dalal sueña con estudiar inglés en la universidad. © ACNUR/MOHAMMAD HAWARI

Estas solicitudes de financiamiento impactan no solamente en los ministerios de educación y en las autoridades locales, que tienen que encontrar los fondos necesarios, sino también en las familias refugiadas. A medida que crecen, los adolescentes refugidos tienen mayor presión para apoyar a sus familias. En cuanto a esto, las mujeres están a menudo en gran desventaja en términos de “costos de oportunidad” –la pérdida estimada respecto a salario y a tareas domésticas. La provisión de agua o de combustible, el cuidado de los hijos o de otros familiares y la realización de las tareas del hogar recaen habitualmente en las mujeres. Estas contribuciones domésticas son vistas a menudo como más valiosas que cualquier inversión en su educación. Según se acercan a la adolescencia, pueden enfrentar presiones mayores para abandonar sus ambiciones escolares, de modo que puedan casarse pronto o aportar un ingreso en su lugar. Si una familia refugiada cuenta con recursos limitados y debe elegir qué miembros pueden seguir con su educación, los hombres son frecuentemente favoritos dado que se les atribuye mayor capacidad de ingresos.

Algunas de estas dificultades son un poco menos visibles, pero no por ello menos reales. Por ejemplo, una gran distancia hacia y desde las escuelas hace su acceso más caro y, en áreas inestables, potencialmente más peligrosas. Y en algunas regiones los refugiados tienen restringida su libertad de movimientos, lo que les impide acudir a escuelas que están lejos de sus casas.

Todas estas presiones se incrementan si el itinerario educativo no está claro. Para muchos refugiados, entrar en la adolescencia significa también llegar al final de su viaje educativo. Si no hay esperanza de continuar con los estudios más allá de la primaria, las familias son más propensas a cuestionar la utilidad de enviar a los niños a la escuela.

La educación secundaria tiene un rol central en la protección de los refugiados jóvenes cuando están en una edad particularmente vulnerable. Si no tienen nada en qué ocuparse ni expectativas claras de empleo, en su desesperación, los adolescentes son más vulnerables a la explotación y a volverse hacia actividades ilegales.

Karox Pishwan (derecha), ahora de 18 años, llegó a Serbia desde Irbil, al norte de Irak, como menor no acompañada. Hace sus tareas escolares con la ayuda de tutores en el centro de menores Jovan Jovanovic Zmaj de Belgrado. © ACNUR/DANIEL ETTER

Una oportunidad para las niñas

Para las menores, los riesgos de quedar excluidas de la escuela pueden ser particularmente graves, pero los beneficios de una educación pueden ser enormes.

La educación reduce la vulnerabilidad de las menores a la explotación, a la violencia sexual y de género, el embarazo adolescente y el matrimonio infantil. De acuerdo con la UNESCO, si todas las niñas completaran la educación primaria, el matrimonio infantil caería en un 14%; si terminaran la secundaria, se desplomaría un 64%. Y otro estudio de la UNESCO muestra que cada año adicional de escolarización puede aumentar los ingresos de una menor en una quinta parte, y aporta beneficios tanto a ellas mismas como a sus futuras familias y a sus comunidades. A la par de ello, cuanto más progresa en la escuela más desarrolla sus habilidades de liderazgo, emprendimiento y autosuficiencia, unas cualidades personales que ayudarán a sus comunidades a prosperar, dado que tratarán de adaptarse a sus países de acogida o de reconstruir sus propios hogares.

Jóvenes estudiantes refugiadas afganas toman un curso de fotografía en la Organización de Formación Técnica y Profesional (TVTO) en Mashhad, Irán. © ACNUR / ANDREW MCCONNELL

El tiempo en el exilio de una niña refugiada debe, por tanto, considerarse como una gran oportunidad. Es una burla que, hablando globalmente, en el nivel secundario solo haya siete niñas refugiadas inscritas por cada 10 niños varones refugiados. Según un informe del Banco Mundial, las escasas oportunidades educativas para las menores y las barreras para completar 12 años de educación están haciendo que los países pierdan productividad e ingresos por valor de entre 15 y 30 billones de USD[1].

Una medida crucial para mejorar estas estadísticas es aumentar el número de maestras. Para las menores, la escasez de maestras puede significar el final de su educación secundaria, ya que los padres en algunas comunidades conservadoras no dejarán que un hombre enseñe a sus hijas. Las maestras también ayudan a las niñas a sentirse más cómodas en el aula, especialmente si necesitan reportar incidentes de acoso sexual o abuso. Lo más importante es que tener un modelo femenino a seguir puede inspirar y apoyar a las niñas para que completen sus estudios, e incluso motivarlas para que se conviertan ellas mismas en maestras.

Pero la brecha de género no solo se da entre los estudiantes: el número de maestras en las escuelas que enseñan a refugiados se reduce entre la educación preescolar y secundaria. Por ejemplo, en Chad, el 98% de los docentes de preescolar son mujeres, pero en secundaria esta cifra baja drásticamente a solo el 7%.

© ACNUR / NESTOR HEINDAYE

“Recuerdo que durante mi primer y último año de secundaria tuve una gran maestra de biología. Fue muy dedicada y me hizo amar la ciencia”, dice Nassima Hissein Abdelalaziz, de 29 años, de la República Centroafricana. Pero la guerra interrumpió la vida de Nassima y casi acabó con sus sueños de convertirse en doctora.

En diciembre de 2013, ella y su madre tuvieron que huir a Chad cuando cursaba el quinto año de la escuela de Medicina. Gracias al apoyo del ACNUR y el aliento de su madre, Nassima pudo continuar sus estudios en la facultad de Medicina de la Universidad de Yamena. Hoy está en séptimo año y se ocupa en preparar su tesis doctoral final.

“Ahora que estoy en la universidad, de hecho, tengo 10 maestras, aproximadamente una cuarta parte de todos los profesores. Es muy inspirador”, cuenta Nassima.

Cerrando la brecha

Con la educación secundaria en un estado tan agónico, la inclusión de los menores refugiados en los sistemas educativos nacionales debe ser primordial en los esfuerzos por mejorar el panorama.

Al desarrollar sistemas inclusivos en los que los refugiados y sus compañeros no refugiados aprendan lado a lado, los ministerios de educación y sus colaboradores están construyendo recursos duraderos, a largo plazo. Estos podrían servir a generaciones de estudiantes, bien durante emergencias de refugiados, situaciones prolongadas o una vez que los refugiados hayan regresado a sus hogares, se hayan instalado en otro lugar o se hayan integrado en sus países de acogida.

Proveer de más escuelas secundarias tiene un significativo efecto multiplicador, ya que potencialmente beneficia a millones de menores locales y refugiados. En el noreste de Mozambique, por ejemplo, la decisión del Gobierno de construir la escuela Maratane, próxima al campamento del mismo nombre, significará que tanto la comunidad local como los refugiados tendrán acceso por primera vez a la educación secundaria. Se espera que la demanda aumente cuando la escuela finalmente esté equipada y en marcha, con lugares asignados hasta para 500 refugiados.

Kedro Sahane Yusuf (izquierda), de 17 años, Fartun Sahane (centro), de 18, e Ikra Mohammed Abdul (derecha), de 19, refugiadas somalíes, en clase en la Escuela Secundaria Dicac en Bokolmanyo, Etiopía. © ACNUR / GEORGINA GOODWIN

Para incluir a los refugiados en sus planes de educación secundaria, los ministerios nacionales de educación necesitan de recursos materiales, técnicos y financieros. Eso implica un financiamiento confiable de varios años para garantizar que los sistemas educativos estén equipados para atender tanto a los menores locales como a los refugiados.

A partir de enero de 2019, las oficinas del ACNUR en más de 20 países africanos colaboran con las autoridades educativas nacionales, otras oficinas de Naciones Unidas y organizaciones de la sociedad civil para apoyar la inclusión de los refugiados en la planeación del sector educativo, como asesorar sobre la provisión de educación en situaciones de emergencia de refugiados. Para lograr un progreso real y duradero, todos los países que acojan refugiados deben seguir este ejemplo.

Pero también se requieren fondos para apoyar a las familias de refugiados que de otra forma dependerían del apoyo económico de sus adolescentes, y así permitir que aprovechen al máximo las oportunidades de la escuela secundaria que se les presenten. El costo de la inscripción, el pago de los exámenes, los uniformes, los materiales de aprendizaje y el transporte pueden actuar como elementos disuasorios, por lo que reducir o eliminar estos costos deshace esas barreras. Las transferencias de efectivo no solo dan a las familias la capacidad de priorizar lo que necesitan (y de ayudar a que la economía local despegue), sino que reducen la probabilidad de volver al trabajo infantil y al matrimonio forzado como formas de encontrar un ingreso. El acceso, la asistencia a clase y la participación mejoraron en escuelas de distintos países, incluidos Kenia, Turquía, Chad y Egipto. En este último caso, un proyecto implementado por los Servicios de Ayuda Católica (CRS) que obliga a comprobar la inscripción y la asistencia –pero sin restricciones en la forma de hacer el gasto–, ha ayudado a mejorar la asistencia a la escuela de los menores refugiados, particularmente en el nivel secundario.

© ACNUR / ADRIENNE SURPRENANT

Prince-Bonheur, de 22 años, y su primo Gothier, de 23, crecieron juntos en Mougoumba, República Centroafricana, pero el conflicto los separó en 2013. Prince cruzó el río Ubangui y llegó al campamento de refugiados de Boyabo en la República Democrática del Congo, mientras que Gothier saltó al bote más cercano y siguió río abajo hacia Betou, en la República del Congo.

Igual que para la mayoría de los niños de su edad que huyen del conflicto, la falta de escuelas secundarias, maestros y materiales educativos en el campamento significa que ninguno de ellos podrá continuar sus estudios.

«Perder cinco años de escuela me hizo retroceder varios pasos», dice Gothier. «Pero esa es la única forma en que puedo reiniciar mi vida. La educación es la clave”. Finalmente Gothier pudo regresar a su hogar en 2018, cuando ACNUR ayudó al Gobierno con el retorno voluntario de casi 4.500 centroafricanos en el Congo a la región de Lobaye. Se inscribió en la escuela secundaria y ahora está haciendo todo lo posible para ponerse al día de lo que perdió.

Prince, sin embargo, no pudo regresar a Mougoumba y sigue siendo un refugiado en la RDC.

«Desde que me fui de casa hace cinco años, no he ido a la escuela. Estuve inactivo, no estudié”.

A medida que más centroafricanos regresen del exilio, el país necesitará dinero para construir y ampliar escuelas, capacitar a más maestros y proveer de materiales de aprendizaje adicionales.

Para apoyar tales proyectos y políticas y cerrar la enorme brecha de oportunidades, ACNUR está en proceso de establecer una nueva iniciativa dedicada a mejorar las perspectivas de educación secundaria para niños y jóvenes refugiados. El llamado Programa de Educación Juvenil Secundaria, tiene como objetivo aumentar las inscripciones escolares e impulsar la permanencia y la finalización de la educación secundaria. Desde 2017 ha sido probado con éxito a pequeña escala en Kenia, Ruanda, Uganda y Pakistán y se expandirá significativamente en los próximos años. ACNUR está trabajando con los ministerios de educación para identificar los principales factores que demostraron ayudar a la transición exitosa de la escuela primaria a la secundaria, en particular para las niñas. Estos incluyen adscribir asesores a los ministerios de educación, aumentar el número de maestras, construir y restaurar infraestructura y proporcionar dinero en efectivo directamente a los hogares, lo que les permite cubrir el costo de enviar a sus hijos a la escuela.

Los menores tienen derecho a un ciclo educativo completo. Con la inclusión como tema central en el diseño de las políticas nacionales, la planificación adecuada, la financiación confiable y el compromiso con las comunidades de refugiados y de acogida, las tenaces barreras hacia la escuela secundaria finalmente pueden derribarse, lo que abrirá nuevos caminos hacia la educación superior.

ESTUDIO DE CASO: BANGLADESH

Los jóvenes refugiados rohingya intentan mantener vivo su sueño de obtener una educación

La mayoría de la niñez rohingya no tiene acceso a la educación, pero están listos para superar casi cualquier obstáculo para aprender.

Shehana, de 16 años, refugiada rohingya en Bangladesh, acude al Club de Adolescentes Diamond, pero anhela ser admitida de nuevo en la educación formal. © ACNUR / IFFATH YEASMINE

No tienen escritorios ni sillas. Pero en una habitación de bambú decorada con carteles y pinturas, 30 niñas adolescentes rohingya están sentadas en el suelo. Todas escriben atentamente en los libros de trabajo que tienen apoyados en el regazo. En la pizarra, se ve una fórmula matemática.

Estas jóvenes son algunas de las más afortunadas. Entre los rohingyas, pocas niñas logran continuar sus estudios durante la adolescencia. Además, hay pocos centros de aprendizaje temporales en los extensos asentamientos de refugiados en el sudeste de Bangladesh que ofrecen oportunidades de aprendizaje para niños y niñas mayores de 15 años.

Alrededor del 55 por ciento de los refugiados en los asentamientos rohingya son menores de 18 años. No se les permite seguir el plan de estudios nacional de Bangladesh.

Shehana, una brillante pero tímida joven de 16 años, se siente afortunada de poder estudiar en la cabaña de bambú, conocida como el Club de Adolescentes Diamante, creada por una organización llamada CODEC, que es socio de ACNUR hace casi dos años. Sin embargo, Shehana aún sueña en reanudar su educación formal. “En Myanmar, estaba en 6° grado. Quería hacer mis estudios universitarios para poder ser maestra. Me encanta enseñar. Y estoy feliz de estar aquí”, dijo.

“Aprendemos cosas nuevas casi todos los días. Creo que tengo suerte, pero trato de decirles a los demás por qué la educación es importante y convencerlos de que dejen que las niñas estudien, ya que el estudio puede traer mejores oportunidades en el futuro. Algunos de nuestros familiares me han hecho caso y ahora envían a sus hijas a la escuela”.

Shehana proviene de una familia que siempre ha primado la educación. Su hermano, Mohammed Sharif, de 17 años, estudia en el mismo club de adolescentes, junto con otros niños, por las tardes, mientras que una de sus hermanas mayores, Jannat Ara, de 21 años, enseña a niños de cuatro a cinco años en un centro de aprendizaje en el hogar, al que también asiste su propia hija de cinco años.

Queda claro de dónde viene esta pasión familiar por la educación. El padre de Shehana, Nur Alam, de 43 años, era maestro en una escuela de unos 450 alumnos en Maungdaw, en el estado de Rakhine de Myanmar.

Cuando la familia huyó de la violencia en Myanmar hace dos años y llegó al sitio de refugiados de Kutupalong, Nur Alam se ofreció como voluntario para enseñar a los jóvenes en una mezquita que había sido fundada en el asentamiento. En su teléfono celular, tiene fotos de su antigua escuela y sus antiguos alumnos.

“Me dan ganas de llorar cuando veo esto”, dijo. “Extraño mucho a mis alumnos. Muchos de mis antiguos alumnos del sexto grado están aquí en el campamento. Muchos tienen puestos como voluntarios y trabajan con organizaciones en el campamento … cuando me ven, me saludan. Me dicen que, gracias a lo que aprendieron conmigo, ahora pueden aprovechar estas oportunidades”. 

Los niños más pequeños pueden tomar parte en actividades educativas informales en los centros de aprendizaje, que ofrecen tres turnos diarios y proveen enseñanza del inglés, matemáticas y birmano, así como habilidades para la vida diaria.

Esta corriente de aprendizaje no está ligada a ningún plan de estudios oficial y no contempla actividades de enseñanza apropiadas para los alumnos mayores, aún para aquellos que antes de huir a Bangladesh, habían estado inscritos en la escuela en Myanmar.  

La escasez de maestros calificados es otro problema, a pesar de los esfuerzos del ACNUR, agencias hermanas y socios para impulsar la capacitación de maestros.

El resultado neto de que a cientos de miles de niños rohingya en Bangladesh se les prohíba seguir el plan de estudios nacional es que no se alcanza el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4, “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”.

“El sistema educativo en los asentamientos no se centra realmente en la educación adecuada, sino más bien en mantener a los niños ocupados y seguros”, dijo Nur Alam.

ESTUDIO DE CASO: RDC

El mejor de su clase, un joven refugiado lucha contra las probabilidades

Tras haber huido de la guerra civil de Sudán del Sur, un niño llamado Gift está decidido a continuar su educación. Pero su inteligencia y determinación pueden no ser suficientes para mantenerlo en la escuela.

Gift, de 14 años, refugiado de Sudán del Sur, fue el mejor de su clase en la escuela primaria de Uboko, en la República Democrática del Congo. Pero la falta de plazas en las escuelas secundarias significa que posiblemente no pueda continuar su educación. © ACNUR / JOHN WESSELS

Gift, de 14 años, ha sido el mejor de su clase durante los últimos tres años. Pero eso podría no ser suficiente para que se quede en la escuela.

“Cuando sea grande, me gustaría ser maestro. Me gustaría ese trabajo porque me gusta ayudar a quienes tienen menos conocimiento”, dijo, aludiendo a la ambición que lo ha impulsado hacia adelante contra viento y marea.

Gift huyó de la guerra que devastaba su tierra natal, Sudán del Sur—un conflicto que cobró la vida de su padre. Pero a pesar de las dificultades que ha enfrentado, Gift siempre mostró ser un alumno brillante. Aprendió el francés desde cero e incluso diseñó una lámpara a partir de piezas de repuesto de una lámpara solar rota para poder estudiar por la noche.

Sin embargo, a pesar de todo su arduo trabajo, el futuro de Gift no está nada claro. El talentoso adolescente está en su último año de escuela primaria en la región oriental de la República Democrática del Congo, o RDC, donde las escuelas secundarias son pocas.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ayuda a los niños refugiados como Gift a asistir a la escuela mediante subsidios en efectivo que ayudan a las familias a pagar la matrícula y a comprar libros escolares, suministros y uniformes. Pero tanto los fondos como las oportunidades son limitadas, particularmente al nivel de la escuela secundaria—lo que significa que Gift y otros miles de niños refugiados de Sudán del Sur puedan verse obligados a parar sus estudios prematuramente.

Gift y su tío—que se convirtió en su tutor legal después del asesinato de su papá, ya que Gift también perdió el contacto con su madre—buscaron seguridad en el asentamiento de Biringi, en la RDC, en 2016.

El niño recuerda nítidamente su primer día en la escuela primaria de Uboko, donde 800 niños congoleños locales y refugiados estudian juntos después de que ACNUR rehabilitara la escuela. Estaba emocionado y agradecido por una nueva oportunidad de aprender.

“La guerra hace sufrir a mucha gente, yo tuve que abandonar la escuela debido a la guerra. Cuando descubrí que iba a volver a la escuela, me hizo feliz”, recordó con una sonrisa.

Logró dominar el francés, el idioma principal de instrucción en la RDC, asistiendo a cursos de idiomas proporcionados por ACNUR, e incluso ganó un concurso de ortografía al nivel de la provincia entera.

Luego tuvo un problema práctico: no tenía electricidad, lo que significaba que no podía estudiar en casa por la noche. ¿Su solución? Diseñar su propia lámpara de energía solar. “Tuve que construir esto”, dijo, tendiendo una débil luz hecha de tres bombillas y una batería solar, unida por una cinta.

A medida que los niños de Sudán del Sur continúan buscando protección en territorio congoleño, la brecha educativa continúa en aumento. Solo 4.400 de los 12.500 niños de Sudán del Sur en la RDC tienen acceso a la educación primaria. Hasta hace poco, no tenían oportunidades secundarias de ningún tipo.

En 2019, ACNUR comenzó un pequeño programa para inscribir a refugiados en la escuela secundaria que también ayuda a construir y renovar edificios escolares.

Aun así, de los más de 6.000 refugiados de Sudán del Sur en edad secundaria, un asombroso 92 por ciento todavía no asiste a la escuela.

Gift sabe que las probabilidades están en su contra. Y teme ser considerado como inútil si no logra obtener una educación. Continuar en la escuela es vital—tanto para sus esperanzas de convertirse en maestro, como para que un día logre ser una voz para otros en situaciones parecidas.

Sin embargo, simplemente no puede imaginarse la vida sin educación. “Sería horrible si no pudiera ir a la escuela secundaria”, dijo. “Debería haber una manera para que todos puedan estudiar”.

Ann Encontre, Representante Regional del ACNUR en la RDC, dijo que hay “talentos extraordinarios” entre los jóvenes refugiados que ha conocido. “Cuando hablas con ellos, ves lo ansiosos que están por aprender”.

“La escuela secundaria brinda a los adolescentes refugiados un sentido de propósito, una visión de la persona en la que pueden convertirse y el conocimiento que algún día los ayudará a reconstruir sus hogares”, agrega.

“La alternativa a la escuela es esperar sin opciones claras para el futuro. Es por eso que estamos haciendo todo lo posible para mantenerlos en la escuela”.