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Te presentamos a Kykeo

El “Karate Kid” más argentino que el dulce de leche

Por Analía Kim y Jenny Barchfield
Buenos Aires, Argentina
8 de junio de 2022

A female refugee wearing a salmon-colored shawl and a pink face mask looks at the camera, with a few fellow refugees in the background.

Kykeo Kabsuvan, un pequeño refugiado de Laos, posa para la cámara junto a su hermano y sus amigos en Buenos Aires, Argentina, en 1983. © ACNUR/Alejandro Cherep

Te presentamos a Kykeo

El “Karate Kid” más argentino que el dulce de leche

Por Analía Kim y Jenny Barchfield
Buenos Aires, Argentina

8 de junio de 2022

Kykeo Kabsuvan, un pequeño refugiado de Laos, posa para la cámara junto a su hermano y sus amigos en Buenos Aires, Argentina, en 1983. © ACNUR/Alejandro Cherep

Hace casi 40 años, un periodista fotográfico capturó la imagen de Kykeo Kabsuvan, un refugiado de Laos que fue reasentado en Argentina. Como instructor de karate, amante del fútbol y ávido consumidor de mate, Kykeo es un gran ejemplo de integración.

Aunque han pasado 39 años, para Kykeo Kabsuvan, para su hermano y para sus amigos el tiempo parece haberse congelado. Ahora, con más de 40 años de edad, estos amigos de la infancia viajaron desde distintas partes de Argentina recrear la fotografía tomada en 1983, momento en que tenían entre cuatro y diez años.

Ninguno recordaba el día en que se tomó la fotografía; aun así, no tuvieron problemas en adoptar sus posiciones. Dang, el hermano mayor de Kykeo, y dos de sus amigos se colocaron en el umbral del hotel de Buenos Aires que los chicos solían llamar hogar cuando sus familias llegaron a Argentina luego de ser reasentadas desde Laos a finales de la década de 1970. Por su parte, en el primer plano aparece Kykeo con una pose de karate que adoptó con pericia. Su sonrisa brillante y pícara parece inmune a las décadas transcurridas.

“No sabía qué estaba haciendo”, comentó Kykeo, de 43 años, quien, como por decreto del destino, ahora es instructor profesional de karate. “Nos gustaba jugar a las luchitas, pero no teníamos idea de que ese era un movimiento del karate. … Me pareció muy gracioso cuando vi [la foto]”.

“No teníamos idea de que ese era un movimiento del karate”.

Aunque pareciera que Kykeo nació para dedicarse al karate, a los nueve años empezó a tomar clases para fortalecer esa habilidad innata. Obtuvo la cinta negra en la adolescencia, y sus instructores consideraban que era un candidato fuerte para la selección argentina.

Por desgracia, el sueño olímpico de Kykeo se esfumó cuando el joven atleta descubrió que, siendo refugiado, no podía representar a Argentina. De hecho, pasaron un par de años más antes de que Kykeo iniciara el proceso de naturalización en el país que había llamado hogar desde la infancia.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Burmese-American woman in pink blouse seated in front of a world map.

“No sabía qué estaba haciendo”, comentó Kykeo, de 43 años, quien, como por decreto del destino, ahora es instructor profesional de karate. “Nos gustaba jugar a las luchitas, pero no teníamos idea de que ese era un movimiento del karate. … Me pareció muy gracioso cuando vi [la foto]”.

“No teníamos idea de que ese era un movimiento del karate”.

Aunque pareciera que Kykeo nació para dedicarse al karate, a los nueve años empezó a tomar clases para fortalecer esa habilidad innata. Obtuvo la cinta negra en la adolescencia, y sus instructores consideraban que era un candidato fuerte para la selección argentina.

Por desgracia, el sueño olímpico de Kykeo se esfumó cuando el joven atleta descubrió que, siendo refugiado, no podía representar a Argentina. De hecho, pasaron un par de años más antes de que Kykeo iniciara el proceso de naturalización en el país que había llamado hogar desde la infancia.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Kykeo tenía apenas nueve meses cuando su familia salió de un campamento de refugiados que albergaba a personas de Laos en Tailandia. Corría el año de 1979, en medio de levantamientos que obligaron a tres millones de personas a abandonar los países que integraban Indochina, antigua colonia francesa: Cambodia, Laos y Viet Nam.

De acuerdo con Chia Youyee Vang, profesora en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee, si bien la mayor parte de las personas que huyeron de estos países llegaron y se establecieron en Estados Unidos, Francia y Canadá, los Kabsuvan son una de las 293 familias reasentadas en Argentina.

“No sabían cómo sería Argentina… No sabían hacia dónde iban, pero confiaban en que ‘había alguien acogiéndonos a mi familia y a mí, así que iré’. La realidad es que no tenían un marco de referencia para saber qué les aguardaba en Argentina”, señaló Chia Youyee Vang, quien ha llevado a cabo diversas investigaciones sobre la diáspora laosiana y desempeñó un papel fundamental en la identificación de Kykeo y de los otros chicos en la fotografía.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

A Philippino-American man with a long, red woven scarf stands among several stone columns under a blue sky.

Kykeo tenía apenas nueve meses cuando su familia salió de un campamento de refugiados que albergaba a personas de Laos en Tailandia. Corría el año de 1979, en medio de levantamientos que obligaron a tres millones de personas a abandonar los países que integraban Indochina, antigua colonia francesa: Cambodia, Laos y Viet Nam.

De acuerdo con Chia Youyee Vang, profesora en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee, si bien la mayor parte de las personas que huyeron de estos países llegaron y se establecieron en Estados Unidos, Francia y Canadá, los Kabsuvan son una de las 293 familias reasentadas en Argentina.

“No sabían cómo sería Argentina… No sabían hacia dónde iban, pero confiaban en que ‘había alguien acogiéndonos a mi familia y a mí, así que iré’. La realidad es que no tenían un marco de referencia para saber qué les aguardaba en Argentina”, señaló Chia Youyee Vang, quien ha llevado a cabo diversas investigaciones sobre la diáspora laosiana y desempeñó un papel fundamental en la identificación de Kykeo y de los otros chicos en la fotografía.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Como parte del proyecto “El color de la huida”, la imagen en blanco y negro – que fue tomada por Alejandro Cherep, periodista fotográfico argentino que trabaja para la Agencia de la ONU para los Refugiados – fue seleccionada del vasto archivo fotográfico de ACNUR para ser coloreada. En noviembre de 2021, ACNUR reunió a Kykeo, a su hermano y a los otros chicos en Buenos Aires para recrear la fotografía.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

A Laotian-American woman wearing a traditional orange scarf sits behind an office desk next to a computer.

Como parte del proyecto “El color de la huida”, la imagen en blanco y negro – que fue tomada por Alejandro Cherep, periodista fotográfico argentino que trabaja para la Agencia de la ONU para los Refugiados – fue seleccionada del vasto archivo fotográfico de ACNUR para ser coloreada. En noviembre de 2021, ACNUR reunió a Kykeo, a su hermano y a los otros chicos en Buenos Aires para recrear la fotografía.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

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Luego de haberse hospedado en el Hotel Estrella, lugar en que se tomó la fotografía, muchas familias laosianas reasentadas se trasladaron a Rosario, la tercera ciudad argentina más popular, apenas un par de horas al noroeste de la capital. La comunidad laosiana en Rosario sigue siendo fuerte.

La madre y el padre de Kykeo, sin embargo, emprendieron su propio camino. Luego de un tiempo, compraron una casa en San Nicolás de los Arroyos, una pequeña ciudad provincial donde la familia Kabsuvan era de las pocas de ascendencia asiática. De niño, tener una apariencia distinta a aquella de sus compañeros de clase tuvo un impacto en Kykeo.

“Era incómodo… Todos los días escuchaba bromas sobre el arroz”, recordó y agregó que “siempre nos sentimos diferentes a la población argentina”.

La situación se tornó aún más difícil para Dang y Kykeo cuando su madre y su padre se separaron, y este último sufrió un devastador derrame aun teniendo menos de 40 años. Con un padre parcialmente paralizado y una madre que trabajaba largas jornadas vendiendo prendas de casa en casa, los niños fueron enviados a un hogar de misioneros cristianos durante un tiempo.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

A Laotian-American woman wearing a traditional orange scarf sits behind an office desk next to a computer.

La situación se tornó aún más difícil para Dang y Kykeo cuando su madre y su padre se separaron, y este último sufrió un devastador derrame aun teniendo menos de 40 años. Con un padre parcialmente paralizado y una madre que trabajaba largas jornadas vendiendo prendas de casa en casa, los niños fueron enviados a un hogar de misioneros cristianos durante un tiempo.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Las clases de karate comenzaron poco después de que su madre pudo mandarlos traer para reencontrarse con ellos. De cierta forma, los instructores de karate asumieron un rol paternal para Kykeo, cuyo padre nunca se recuperó del derrame y requirió muchos cuidados hasta su fallecimiento hace dos años.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

A Laotian-American woman wearing a traditional orange scarf sits behind an office desk next to a computer.

Las clases de karate comenzaron poco después de que su madre pudo mandarlos traer para reencontrarse con ellos. De cierta forma, los instructores de karate asumieron un rol paternal para Kykeo, cuyo padre nunca se recuperó del derrame y requirió muchos cuidados hasta su fallecimiento hace dos años.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

“No podía pedirle consejos a mi papá, así que siempre que quería saber algo le preguntaba a mi instructor”, contó Kykeo, quien añadió que, más allá del desafío físico que supone el karate, siempre ha apreciado el rigor moral que impone este deporte. “Me fascinan los valores y el aprendizaje que el karate nos da a nivel personal”.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

“No podía pedirle consejos a mi papá, así que siempre que quería saber algo le preguntaba a mi instructor”, contó Kykeo, quien añadió que, más allá del desafío físico que supone el karate, siempre ha apreciado el rigor moral que impone este deporte. “Me fascinan los valores y el aprendizaje que el karate nos da a nivel personal”.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Para Kykeo fue muy dolorosa la noticia que recibió siendo adolescente, en cuanto a que no podía competir para obtener un sitio en la selección argentina de karate. Después de todo, ese era el único país que Kykeo conocía. Kykeo siempre ha abrazado las costumbres argentinas, desde el fútbol hasta el mate, el amargo pero a la vez estimulante té de hierbas que tanto él como sus amistades argentinas toman todo el día.

“Tengo facciones asiáticas”, señaló Kykeo con una potente sonrisa, “pero soy más argentino que el dulce de leche”, aseguró haciendo referencia al caramelo untuoso con el que está obsesionada la población argentina.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Para Kykeo fue muy dolorosa la noticia que recibió siendo adolescente, en cuanto a que no podía competir para obtener un sitio en la selección argentina de karate. Después de todo, ese era el único país que Kykeo conocía. Kykeo siempre ha abrazado las costumbres argentinas, desde el fútbol hasta el mate, el amargo pero a la vez estimulante té de hierbas que tanto él como sus amistades argentinas toman todo el día.

“Tengo facciones asiáticas”, señaló Kykeo con una potente sonrisa, “pero soy más argentino que el dulce de leche”, aseguró haciendo referencia al caramelo untuoso con el que está obsesionada la población argentina.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

En vista de que no le fue posible participar en los torneos nacionales más importantes, el pequeño Kykeo se alejó del karate. Al cabo de un tiempo, abandonó sus estudios de preparatoria y empezó a trabajar en una fábrica de ropa en Buenos Aires. Tuvo tres hijas, se separó de la madre de estas y volvió a San Nicolás hace un par de años.

Kykeo regresó al punto de partida: él y su nueva pareja, Giovana Monzón, volvieron a la casa de la familia Kabsuvan, junto a Brisa y Elías, hijos de un matrimonio anterior de Giovana. Mientras la pareja espera el nacimiento de su hijo, Kykeo sueña con convertir lo que solía ser la cochera en un pequeño gimnasio.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

En vista de que no le fue posible participar en los torneos nacionales más importantes, el pequeño Kykeo se alejó del karate. Al cabo de un tiempo, abandonó sus estudios de preparatoria y empezó a trabajar en una fábrica de ropa en Buenos Aires. Tuvo tres hijas, se separó de la madre de estas y volvió a San Nicolás hace un par de años.

Kykeo regresó al punto de partida: él y su nueva pareja, Giovana Monzón, volvieron a la casa de la familia Kabsuvan, junto a Brisa y Elías, hijos de un matrimonio anterior de Giovana. Mientras la pareja espera el nacimiento de su hijo, Kykeo sueña con convertir lo que solía ser la cochera en un pequeño gimnasio.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Gustavo Torres, uno de los alumnos de karate más perseverantes de Kykeo, indicó que admira la devoción que su amigo y maestro dedica a ese deporte.

“Son evidentes su dedicación y la pasión que siente por la enseñanza”, señaló Gustavo, cuya amistad con Kykeo comenzó hace décadas, cuando ambos empezaban con las clases de karate. “Es la persona indicada para enseñarlo”.

Además de karate, el deporte que, según Kykeo, le dio una sólida brújula moral que le ha permitido sobrellevar los altibajos de una vida colmada de cambios y pérdidas, en el gimnasio que espera abrir, Kykeo planea ofrecer clases de CrossFit y otro tipo de entrenamiento.

El karate “enseña mucho más que solo saber cómo golpear”, precisó Kykeo, quien añadió que “el karate te enseña a respetar”.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Gustavo Torres, uno de los alumnos de karate más perseverantes de Kykeo, indicó que admira la devoción que su amigo y maestro dedica a ese deporte.

“Son evidentes su dedicación y la pasión que siente por la enseñanza”, señaló Gustavo, cuya amistad con Kykeo comenzó hace décadas, cuando ambos empezaban con las clases de karate. “Es la persona indicada para enseñarlo”.

Además de karate, el deporte que, según Kykeo, le dio una sólida brújula moral que le ha permitido sobrellevar los altibajos de una vida colmada de cambios y pérdidas, en el gimnasio que espera abrir, Kykeo planea ofrecer clases de CrossFit y otro tipo de entrenamiento.

El karate “enseña mucho más que solo saber cómo golpear”, precisó Kykeo, quien añadió que “el karate te enseña a respetar”.

Foto: © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

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