“Te prometo que a partir de este momento las cosas mejorarán”
Salome Ayukuru, una trabajadora de ACNUR a quien todos llaman ‘Mamá’, ha estado ayudando a los refugiados vulnerables a reconstruir sus vidas destrozadas durante casi dos décadas.
Fotos y texto de Giles Duley en Bidibidi, Uganda
19 de agosto 2020
“Te prometo que a partir de este momento las cosas mejorarán”
Salome Ayukuru, una trabajadora de ACNUR a quien todos llaman ‘Mamá’, ha estado ayudando a los refugiados vulnerables a reconstruir sus vidas destrozadas durante casi dos décadas.
Fotos y texto de Giles Duley en Bidibidi, Uganda
19 de agosto 2020
Salome Ayukuru ha perdido la cuenta de cuántas personas refugiadas ha entrevistado.
Después de casi 20 años trabajando para ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ella estima que son miles. Sin embargo, cada vez que se sienta en su pequeña oficina en una unidad prefabricada en un centro de tránsito entre la frontera de Uganda y el asentamiento de refugiados de Bidibidi, le presta toda su atención a la persona sentada frente a ella.
Esta vez, son tres hermanos pequeños de Sudán del Sur.
Le dicen a Salomé que cuando su padre murió, su madre se volvió a casar con un hombre de una tribu diferente que se negó a aceptarlos. Su madre comenzó a golpearlos y gritarles, esperando que se fueran. Cuando eso no funcionó, les dijo que fueran a un campamento de refugiados en Uganda donde vivía la familia de su difunto padre. Ella prometió reunirse con ellos allí más tarde. Cuando llegaron a la frontera, no había familiares para recibirlos y no tenían forma de comunicarse con su madre.
Salome Ayukuru ha perdido la cuenta de cuántas personas refugiadas ha entrevistado.
Después de casi 20 años trabajando para ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ella estima que son miles. Sin embargo, cada vez que se sienta en su pequeña oficina en una unidad prefabricada en un centro de tránsito entre la frontera de Uganda y el asentamiento de refugiados de Bidibidi, le presta toda su atención a la persona sentada frente a ella.
Esta vez, son tres hermanos pequeños de Sudán del Sur.
Le dicen a Salomé que cuando su padre murió, su madre se volvió a casar con un hombre de una tribu diferente que se negó a aceptarlos. Su madre comenzó a golpearlos y gritarles, esperando que se fueran. Cuando eso no funcionó, les dijo que fueran a un campamento de refugiados en Uganda donde vivía la familia de su difunto padre. Ella prometió reunirse con ellos allí más tarde. Cuando llegaron a la frontera, no había familiares para recibirlos y no tenían forma de comunicarse con su madre.
“Aquí hay gente buena que les dará un buen hogar”.
“Primero, necesitamos encontrarles una familia que cuidará de ustedes. Aquí hay gente buena que les dará un buen hogar”, dice Salomé. “Se los prometo, lo peor ha pasado”.
Mientras habla, la expresión de Nyoko, de 12 años, indica que acaba de comprender su situación: que su madre mintió y no viene por ellos, que han sido abandonados. Su hermana, Bagia, de 10 años, siente que algo anda mal, pero aún no lo comprende del todo, mientras que David, de ocho años, está ocupado haciendo muecas y divirtiéndose.
Como oficial de protección del ACNUR en Arua, en el norte de Uganda, Salome es el primer punto de contacto para los refugiados sursudaneses más vulnerables después de cruzar la frontera hacia Uganda. Para muchos de ellos, es su primer momento de seguridad y la primera vez que pueden contar sus historias.
“Esto no es terapia, solo estamos hablando”.
“Esto no es terapia, solo estamos hablando. Pero esta conversación es de vital importancia porque es la primera etapa en la reconstrucción de sus vidas”, explica Salomé. “Están muy golpeados por la vida, pero cuando hablamos es cuando se dan cuenta de que, aunque ha sucedido algo terrible, a alguien sí le importa”.
Esta mujer ugandesa de 61 años tiene el don de hacer que la gente se sienta escuchada. Su actitud es amable y cariñosa, pero firme. Ella explica que es importante que los refugiados comprendan su situación y la realidad a la que se enfrentan, ya que solo entonces puede ayudarles a adaptarse y obtener el apoyo que necesitan.
Después de su entrevista con Salome, los tres hermanos pasan a la siguiente etapa del proceso de admisión. Se les registrará y se les dará una comida caliente, chequeos médicos y vacunas antes de ser trasladados a Bidibidi, el asentamiento de refugiados más grande de Uganda.
“Aquí hay gente buena que les dará un buen hogar”.
“Primero, necesitamos encontrarles una familia que cuidará de ustedes. Aquí hay gente buena que les dará un buen hogar”, dice Salomé. “Se los prometo, lo peor ha pasado”.
Mientras habla, la expresión de Nyoko, de 12 años, indica que acaba de comprender su situación: que su madre mintió y no viene por ellos, que han sido abandonados. Su hermana, Bagia, de 10 años, siente que algo anda mal, pero aún no lo comprende del todo, mientras que David, de ocho años, está ocupado haciendo muecas y divirtiéndose.
Como oficial de protección del ACNUR en Arua, en el norte de Uganda, Salome es el primer punto de contacto para los refugiados sursudaneses más vulnerables después de cruzar la frontera hacia Uganda. Para muchos de ellos, es su primer momento de seguridad y la primera vez que pueden contar sus historias.
“Esto no es terapia, solo estamos hablando”.
“Esto no es terapia, solo estamos hablando. Pero esta conversación es de vital importancia porque es la primera etapa en la reconstrucción de sus vidas”, explica Salomé. “Están muy golpeados por la vida, pero cuando hablamos es cuando se dan cuenta de que, aunque ha sucedido algo terrible, a alguien sí le importa”.
Esta mujer ugandesa de 61 años tiene el don de hacer que la gente se sienta escuchada. Su actitud es amable y cariñosa, pero firme. Ella explica que es importante que los refugiados comprendan su situación y la realidad a la que se enfrentan, ya que solo entonces puede ayudarles a adaptarse y obtener el apoyo que necesitan.
Después de su entrevista con Salome, los tres hermanos pasan a la siguiente etapa del proceso de admisión. Se les registrará y se les dará una comida caliente, chequeos médicos y vacunas antes de ser trasladados a Bidibidi, el asentamiento de refugiados más grande de Uganda.
Desde 2013, cuando estalló la guerra civil en Sudán del Sur, casi cuatro millones de personas han sido desplazadas por la fuerza, más de la mitad de las cuales han buscado seguridad en países vecinos. Aproximadamente el 80% de los desplazados son mujeres y niños.
La mayoría de los refugiados que entrevista Salomé son niños que han perdido el contacto con sus padres, así como madres solteras con sus bebés. Aislados de sus familias y comunidades en un país nuevo, a menudo luchan por sobrellevar la situación y pueden deprimirse o incluso suicidarse.
Salomé entiende esto mejor que la mayoría. Cuando tenía 18 años, grupos armados de Uganda mataron a su padre y luego la torturaron. Contrariamente a la situación actual, ella huyó a lo que ahora es Sudán del Sur y vivió en un campamento de refugiados allí durante seis años.
“Si encuentras una solución, puedes sacar algo bueno de lo malo”.
“Cuando era refugiada, lo que me iba a matar era la soledad. No tener familia, sin hablar el idioma, puede matar a muchos refugiados”, dice. “Sé lo que es estar tan solo, porque lo he experimentado”.
Incluso después de perder su hogar y a su familia, Salomé siempre se centró en los demás. Adoptó a una bebé abandonada en el campamento de refugiados y la crio como si fuera suya. Ahora apoya a más de 30 niños, muchos de ellos niños de la calle de Uganda. Algunos de ellos se han convertido en enfermeros y profesores.
“Si encuentras una solución, puedes sacar algo bueno de lo malo”, dice Salomé, a quien todos conocen como ‘Mamá’.
La pandemia de COVID-19 y el consiguiente confinamiento afectaron inicialmente el trabajo de Salomé, ya que es más difícil para ella y el resto del personal ir a los asentamientos de refugiados y a la zona fronteriza. Fue así que decidió a hacer llamadas diarias a los líderes de los refugiados para hacer un seguimiento de las personas con las necesidades más urgentes.
“Gracias a las llamadas quedó claro que nuestra ausencia se sentía fuertemente y que necesitábamos estar allí para ayudar a encontrar soluciones a los problemas de los refugiados”, explica. “Estaban frustrados y se sentían aislados y eso me dolió mucho”.
A lo largo de su día de trabajo, Salomé escucha una historia desgarradora tras otra. Sin embargo, después del tiempo que pasan con ella, los refugiados se van con algo de esperanza. Reciben la ayuda especializada que necesitan, ya sea apoyo psicológico, educación de adultos, acogida en familias adoptivas, alimentación, vestimenta o formación sobre cómo construir un alojamiento. Es el comienzo del largo proceso de reconstrucción de sus vidas destrozadas.
Desde 2013, cuando estalló la guerra civil en Sudán del Sur, casi cuatro millones de personas han sido desplazadas por la fuerza, más de la mitad de las cuales han buscado seguridad en países vecinos. Aproximadamente el 80% de los desplazados son mujeres y niños.
La mayoría de los refugiados que entrevista Salomé son niños que han perdido el contacto con sus padres, así como madres solteras con sus bebés. Aislados de sus familias y comunidades en un país nuevo, a menudo luchan por sobrellevar la situación y pueden deprimirse o incluso suicidarse.
Salomé entiende esto mejor que la mayoría. Cuando tenía 18 años, grupos armados de Uganda mataron a su padre y luego la torturaron. Contrariamente a la situación actual, ella huyó a lo que ahora es Sudán del Sur y vivió en un campamento de refugiados allí durante seis años.
“Si encuentras una solución, puedes sacar algo bueno de lo malo”.
“Cuando era refugiada, lo que me iba a matar era la soledad. No tener familia, sin hablar el idioma, puede matar a muchos refugiados”, dice. “Sé lo que es estar tan solo, porque lo he experimentado”.
Incluso después de perder su hogar y a su familia, Salomé siempre se centró en los demás. Adoptó a una bebé abandonada en el campamento de refugiados y la crio como si fuera suya. Ahora apoya a más de 30 niños, muchos de ellos niños de la calle de Uganda. Algunos de ellos se han convertido en enfermeros y profesores.
“Si encuentras una solución, puedes sacar algo bueno de lo malo”, dice Salomé, a quien todos conocen como ‘Mamá’.
La pandemia de COVID-19 y el consiguiente confinamiento afectaron inicialmente el trabajo de Salomé, ya que es más difícil para ella y el resto del personal ir a los asentamientos de refugiados y a la zona fronteriza. Fue así que decidió a hacer llamadas diarias a los líderes de los refugiados para hacer un seguimiento de las personas con las necesidades más urgentes.
“Gracias a las llamadas quedó claro que nuestra ausencia se sentía fuertemente y que necesitábamos estar allí para ayudar a encontrar soluciones a los problemas de los refugiados”, explica. “Estaban frustrados y se sentían aislados y eso me dolió mucho”.
A lo largo de su día de trabajo, Salomé escucha una historia desgarradora tras otra. Sin embargo, después del tiempo que pasan con ella, los refugiados se van con algo de esperanza. Reciben la ayuda especializada que necesitan, ya sea apoyo psicológico, educación de adultos, acogida en familias adoptivas, alimentación, vestimenta o formación sobre cómo construir un alojamiento. Es el comienzo del largo proceso de reconstrucción de sus vidas destrozadas.
“Tenemos que proteger los casos muy graves, y son muchos”.
Salomé tardó mucho en recuperarse de sus propias experiencias como refugiada. En ese momento, había mucho menos apoyo disponible. Lo que la impulsa a continuar es asegurarse de que los refugiados más vulnerables estén protegidos. Tal dedicación pasa factura, pero ella se niega a darse por vencida.
“Tenemos que proteger los casos muy graves, y son muchos. Así que, no puedo rendirme”, dice.
Su siguiente entrevistada es Sandra, una joven huérfana que no está segura de su edad. Todo lo que sabe es que acababa de tener su período por segunda vez cuando un soldado la violó cuando se dirigía a la tienda local. No se lo dijo a su familia adoptiva, y cuando unos meses después descubrió que estaba embarazada, crecieron las tensiones con la familia.
Poco después de dar a luz, le pidieron que se fuera. Ella fue a buscar al soldado que la había violado, pero cuando lo encontró, amenazó con matarla. Temiendo por su vida, caminó hasta la frontera con su bebé.
Sandra ahora está sentada frente a Salomé, su bebé está envuelto en mantas en su regazo.
“Tenemos que pensar en lo práctico ahora”, le dice Salomé. “Sé que eres fuerte. No habrías llegado hasta aquí con tu hijo si no lo fueras. Les conseguiremos un oficial de protección para que se ocupe de su caso. Les buscaremos un lugar donde vivir en el campamento. Recibirás comida, conseguiremos ropa para tu bebé…”
Hace una pausa y mira a Sandra. “¿Amas a tu bebé?”, pregunta.
Sandra mira al suelo y no responde.
«Está bien, déjame decirlo de otra manera: si pudieras, ¿me dejarías al niño?”
Sandra asiente sin mirar hacia arriba.
“Sandra, aprenderás a amar a este niño”, dice Salomé. “Debes aprender a amarlo, porque si no lo haces, este niño nunca aceptará el amor. Tienes que romper el ciclo.
“Lo que te pasó no está bien, nunca debió haber pasado. Pero sucede, les pasa a muchos, así que tienes que saber que no estás sola. Te prometo que a partir de este momento las cosas mejorarán”.
“Lo primero que tenemos que hacer es recordarles a estas niñas que todavía están vivas”.
Cuando Sandra se levanta para irse, Salomé la detiene.
“¿Ves a esas chicas jugando al baloncesto? Quiero que vayas allí. Hay muchas mujeres mayores alrededor. Pídele a una de ellas que carguen a tu hijo, estará feliz de hacerlo. Luego juega con las chicas por un tiempo”, dice.
Salomé observa a Sandra mientras camina hacia la cancha. Puede que haya visto a 1.000 niños como ella, pero está claro que cada una de sus historias tiene una importancia especial para ella.
“Lo primero que tenemos que hacer es recordarles a estas niñas que todavía están vivas”, dice.
Con información adicional de Catherine Wachiaya.
Algunas partes de esta historia se recogieron antes del cierre de las fronteras de Uganda en marzo de 2020, cuando el país adoptó medidas para contener la propagación del COVID-19. El centro de tránsito en la frontera ahora está cerrado temporalmente.
Para apoyar el trabajo de ACNUR con las personas que huyen de la violencia en Sudán del Sur, dona ahora.
“Tenemos que proteger los casos muy graves, y son muchos”.
Salomé tardó mucho en recuperarse de sus propias experiencias como refugiada. En ese momento, había mucho menos apoyo disponible. Lo que la impulsa a continuar es asegurarse de que los refugiados más vulnerables estén protegidos. Tal dedicación pasa factura, pero ella se niega a darse por vencida.
“Tenemos que proteger los casos muy graves, y son muchos. Así que, no puedo rendirme”, dice.
Su siguiente entrevistada es Sandra, una joven huérfana que no está segura de su edad. Todo lo que sabe es que acababa de tener su período por segunda vez cuando un soldado la violó cuando se dirigía a la tienda local. No se lo dijo a su familia adoptiva, y cuando unos meses después descubrió que estaba embarazada, crecieron las tensiones con la familia.
Poco después de dar a luz, le pidieron que se fuera. Ella fue a buscar al soldado que la había violado, pero cuando lo encontró, amenazó con matarla. Temiendo por su vida, caminó hasta la frontera con su bebé.
Sandra ahora está sentada frente a Salomé, su bebé está envuelto en mantas en su regazo.
“Tenemos que pensar en lo práctico ahora”, le dice Salomé. “Sé que eres fuerte. No habrías llegado hasta aquí con tu hijo si no lo fueras. Les conseguiremos un oficial de protección para que se ocupe de su caso. Les buscaremos un lugar donde vivir en el campamento. Recibirás comida, conseguiremos ropa para tu bebé…”
Hace una pausa y mira a Sandra. “¿Amas a tu bebé?”, pregunta.
Sandra mira al suelo y no responde.
«Está bien, déjame decirlo de otra manera: si pudieras, ¿me dejarías al niño?”
Sandra asiente sin mirar hacia arriba.
“Sandra, aprenderás a amar a este niño”, dice Salomé. “Debes aprender a amarlo, porque si no lo haces, este niño nunca aceptará el amor. Tienes que romper el ciclo.
“Lo que te pasó no está bien, nunca debió haber pasado. Pero sucede, les pasa a muchos, así que tienes que saber que no estás sola. Te prometo que a partir de este momento las cosas mejorarán”.
“Lo primero que tenemos que hacer es recordarles a estas niñas que todavía están vivas”.
Cuando Sandra se levanta para irse, Salomé la detiene.
“¿Ves a esas chicas jugando al baloncesto? Quiero que vayas allí. Hay muchas mujeres mayores alrededor. Pídele a una de ellas que carguen a tu hijo, estará feliz de hacerlo. Luego juega con las chicas por un tiempo”, dice.
Salomé observa a Sandra mientras camina hacia la cancha. Puede que haya visto a 1.000 niños como ella, pero está claro que cada una de sus historias tiene una importancia especial para ella.
“Lo primero que tenemos que hacer es recordarles a estas niñas que todavía están vivas”, dice.
Con información adicional de Catherine Wachiaya.
Algunas partes de esta historia se recogieron antes del cierre de las fronteras de Uganda en marzo de 2020, cuando el país adoptó medidas para contener la propagación del COVID-19. El centro de tránsito en la frontera ahora está cerrado temporalmente.
Para apoyar el trabajo de ACNUR con las personas que huyen de la violencia en Sudán del Sur, dona ahora.